sábado, 3 de agosto de 2013

Migraña /serie esmalte sintético sobre papel de resma.2010


Desde cuando tenía diez me acompañan las migrañas, que solo van mermando al paso de los años, esta vez acababa de sufrir una embestida de ese hierro caliente que transita las arterias en el momento de la crisis. Luego de tomar el calmante y unas horas a oscuras, algo recuperado (un momento en el que veo mi exterior como una ciudad desconocida a los ojos de un inmigrante al bajar del barco, ignorando que nombre tiene la tierra bajo sus pies) y con precaria verticalidad, sin saber muy bien para qué desparramé algunas hojas de resma por el suelo de la pequeña salita. Busqué sobre mi tablero de trabajo alguna pintura que estuviera a mano y no me obligara a agacharme, encontré una lata empezada de esmalte sintético negro y agarré una varilla muy delgada.
Así en ese estado de penumbras y desde la altura de mi brazo extendido, fueron chorreando estas figuras, manchas,líneas, todas salvo una, ausentes del trazo intencionado del pincel.
Volví a la cama y dejé que la noche y los efectos del calmante deshicieran las agujas candentes licuadas en el torrente sanguineo. Por la mañana al levantarme con cuidado de no pisarlas, las vi marcadas por el dedo indice de luz que entra por la ventana y supe que había por primera vez puesto un rostro, una forma a esta indeseable sombra que encontró cobijo en el lecho de mi cerebro hace tanto tiempo; vi, que había pintado las migrañas.      

R.C




lunes, 29 de julio de 2013

Encuentro con Pyotr

acrílico sobre papel 85 x 120cm


Una de las cosas que mas me gustan es caminar mientras leo un libro o al revés. Riéndome solo, si la idea más seria y perfecta no arranca una sonrisa o hace bajar los párpados, rascarse la cabeza o morderse el labio Inferior, no quedará mucho tiempo grabada en la memoria. Cerré y puse bajo el brazo ´´Las Ciudades Invisibles`` de Ítalo Calvino, antes de bajar las escaleras.
La estación Pacífico del metro de Madrid un sábado a la tarde se convierte en un enjambre humano, todas las estaciones donde cruzan dos o mas líneas en cualquier ciudad grande resultan un lugar difícil de transitar, poco aire, menos espacio y la sensación que ante una emergencia es improbable poder obrar por si solo ni evadirse de la gran criatura que formamos todos esos miles de puntitos llevados dentro de una corriente subterránea.
Había comenzado el recorrido en la estación Usera de la línea 6 circular y por fin ya estaba en el andén de la línea 1 celeste,  que tomaría en dirección a la estación de Antón Martín. Abrí  otra vez el libro, miré por el túnel y no se veía el tren, trataba de ubicar la marca que había dejado en la página 94, cuando sentí una presencia mas cercana que las muchas otras que colmaban el andén, tuve que mirar incómodamente hacia arriba para llegar al rostro que había encima de aquel cuerpo, tenía su mirada clavada en dirección a mi, pero dudo que me viera claramente, el aliento a alcohol que despedía hubiera resucitado a un batallón entero recién caído bajo la metralla, a su lado había otro, no tan alto ni ancho, igualmente de unas proporciones desmesuradas al común de los mortales que transitábamos la estación.

Él empezó a balbucear palabras que no podía entender, supuse primero que por la borrachera pero además era otro idioma, con total desconocimiento deduje que era el ruso, la única frase que conozco en ese idioma es Ya lyublyu teyebya que significa:  te amo.
Algo me indicaba que ese no era un buen comienzo, hasta que él a pesar de su condición inestable pronunció algo que sonó a laguna, cuando lo repetí para ver si le entendía afirmó con la cabeza, la estación Laguna es de la línea 6 circular que acababa de dejar a mis espaldas en dirección opuesta.
Cuando interiormente iba a organizar las frases  y gestos para indicarle como llegar al andén correcto, percibí que la empresa estaba destinada a fracasar desde un principio. Esos dos metros de persona y la colección de cicatrices-(pensé por un instante que él pudo haber sido un mercenario en la guerra de los Balcanes, o un campesino arrasado por las huestes occidentales de la ONU, daba igual que cosa pudiera imaginarme, aún la más cercana sería superficial e incompleta)- en su cara eran la fachada de una mirada que estaba como ellos, perdidos, a punto del derrumbe.
Lo tomé de la mano y empecé a caminar para desandar todos los pasillos y escaleras que acababa de sortear, él a su vez llevaba del mismo modo a su compañero, al que no habría de oírle  siquiera el tono de voz.  La escena vista a cierta distancia sería  absurda, sobresaldrían las cabezas de dos Goliat por encima de cientos de transeúntes liliputienses,  impulsados hacia adelante por un guía invisible, que era David en versión reducida.
  
Mas adelante iba a leer en un libro de M.Berman  la descripción de las dimensiones monstruosas de la fundación y construcción de la Ciudad de San Petersburgo en 1703 sobre un pantano, bajo las órdenes del Zar Pedro I, su idea megalómana  consistía en construir  una ciudad que superara por mucho en dimensiones a Moscú y así refundar bajo su nombre el pasado y el futuro de Rusia. Después de una década había sobre el antiguo lodazal  35.000 edificios y diez años mas tarde 100.000 personas, el hombre había vencido a la naturaleza hostil y de paso a 150.000 obreros acabados en la epopeya.
Solo esa matriz histórica podía explicar las dimensiones y el aspecto rocoso de él, por ahora seguirá siendo él.
Una vez en el andén correcto el compañero se apoyó en una columna y él puso sus dos manos sobre mis hombros, no sé si su borrachera había bajado  un poco o por lo que fuera empezábamos a entendernos, algo, pero mas que la nada inicial, me preguntó de donde era, le dije Argentina suponiendo que difícilmente pudiera ubicarla y salirse del genérico dado por el idioma, sin embargo sus ojos emitieron algo parecido a una mueca de sonrisa y dijo, ¡ah! ¡ah!  Maradona, si, si le dije con la cabeza, eso mismo, pregunté su nombre y él a mí, entendí Pyotr, no sé al día de hoy con seguridad si existe tal nombre.

Llegó su tren, nos abrazamos y nos despedimos como si tuviéramos motivos para lamentar la certeza de no volver a vernos, en nuestra mirada sostenida se evaporaron por completo las distancias del lenguaje y la que hay entre Rosario y la ciudad Rusa donde el haya nacido.

Otra tarde pero aquí en Buenos Aires, tres años después, mientras pintaba y arreglaba el techo del departamento donde aún vivo, puse un pliego de papel misionero en la pared y con los muy pocos materiales de que disponía empecé lo que al cabo de un par de días sería una pintura, como siempre cuando empiezo una no sé a donde me llevará, o si llegaré a algún lugar reconocible. Durante esa semana desayunaba, comía,  cenaba, leía en presencia de la pintura aún sobre la pared sostenida con cinta de papel, hasta que por fin en un momento supe que lo que había surgido bajo la forma de esa pintura era el paisaje de lluvias y distancias marcadas por la pérdida y el destierro que gritaban silenciosos los ojos de Pyotr desde un pantano abismal; y la luz que había dejado en los míos.
Cuando salí del metro y retomé la lectura de la página 94 el único párrafo de esa carilla era:

Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.
-¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente?
-pregunta Kublai Kan.
-El puente no está sostenido por esta piedra o por aquélla- responde Marco-, sino por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade - ¿Por qué me hablas de las piedras? Es solo el arco lo que me importa.
Polo responde – Sin piedras no hay arco.


R.C 2013    

domingo, 28 de julio de 2013

tres cajas con esmalte sintético

Muchas veces mientras camino por las calles, encuentro entre lo que otros tiran, señales de un hallazgo posible, pero mudo. No nos fue dada la capacidad de oír lo que dicen las cosas.
Volviendo a casa de noche por México esquina Perú , vi una pila enorme de basura que habían tirado de alguna oficina, folios, carpetas, libros de contabilidad ( los limpio y luego uso las tapas como soporte para pintar, me gusta el quiebre que rompe con la superficie plana ) un sillón de  jefe que mejoró su posición y donde sentarse, impresoras rotas, un porta retrato humedecido, además de otras cosas en desuso y un telegrama  de renuncia sin enviar con fecha 1984.
Entre todo eso había tres tapas de cartón, y cuando las levanté empecé a imaginar que de ahí saldrían figuras. La línea dentro del movimiento revestido de un cuerpo,eso fue surgiendo a medida que les quitaba la tierra y la mudez a estas tapas de cartón, eso aparece a veces mientras practico las posturas de yoga. A esas fronteras invisibles intento aproximarme cuando pinto, el territorio que palpita y se consume antes de los ojos, antes de la razón.
Pocas son la veces que lo alcanzo, pero en uno solo de esos movimientos,como un tuétano luminoso y vertebral, viven todas las palabras que pueda aprender para nombrar lo que existe.

       R.C 2013                                                                                                                                      



Las cosas nos imitan.
Un papel arrastrado por el viento
reproduce los tropezones del hombre.
Los ruidos aprenden a hablar como nosotros.
La ropa adquiere nuestra forma.

Las cosas nos imitan
Pero al final
nosotros imitaremos a las cosas.

                                          Roberto Juarroz              
               extraído de Séptima Poesía Vertical


                     







                                                                                   

Ventana



Había llovido de madrugada, mediaba agosto, llevaba unos años viviendo en México DF.
Esa mañana, desde el segundo piso de la casa de calle Belisario Domínguez en la colonia Azcapotzalco, miraba por última vez  el trajinar de los vecinos, lo que conocía de ellos, el frente de sus viviendas.
Hacia abajo; los árboles tejiendo su  telaraña pendular de sombras sobre el mar inmutable del asfalto. Hacia el horizonte; el manto de chapas extendido caprichosamente por los techos de los varios galpones en la zona.
Dejaba la casa donde no  habitamos  juntos mas que algunos meses, de lo poco que alcancé a leer  sentado en el suelo o sobre el colchón acertando al cono de luz que entraba  por la ventana del dormitorio, (daba al patio trasero y pusimos en lugar de cortinas una tela de la india) recuerdo ´´Todos los nombres`` de Saramago. Entré, salí, me perdí en ese laberinto de  bibliotecas creciendo por las paredes como enredaderas infestadas de nombres, fechas, expedientes, furtivamente despojados de su anonimato en las noches a manos de Don José.
Una suerte del mito de Ariadna mas cercano en el tiempo y en una todavía asible Lisboa, por la que caminaría también tras  un rastro, no un hilo, si no  los pasos desvanecidos del poeta que en su nombre nos contiene a todos, las huellas de lo que miró cuando se sentaba a ver el río que dejaría un tajo de luz en mi memoria, saldría pero no ileso. Aún no lo sabía

Dejaba  la colonia y los años junto a Laura, era sábado, pedí por teléfono un par de taxis, en tardes anteriores nos habíamos separado. El desengaño mutuo y la desconfianza en lugar del anhelo ya eran el alimento de nuestros días como pareja, había despejado y se podían ver las laderas del valle.
Sonó el timbre y me asomé esperando ver los taxis para bajar con las valijas y las cajas, había un tipo  en el portón mirándome, a unos metros su auto subido a la acera con las puertas abiertas y la familia dentro; supuse. Todos sonreían y se miraban ansiosos  esperando algo, como a punto de romper la piñata.
Me pidió pasar, le dije que tenía apuro ,que esperaba de un momento a otro la llegada de los taxis, insistió y  bajé, me contó que esa casa había sido de sus abuelos y parte de su infancia estaba  entre esas paredes, solo quería verla una vez más. Cuando lo mencionó recordé el apellido escrito en el boleto de compra, desde unos ojos ajenos levanté la mirada  y como si  las palabras a mi boca vinieran involuntariamente, dije que bueno, pero rápido. Tenía que cruzar con mis cosas casi toda la ciudad hasta Tasqueña, arreglar el alquiler de la habitación con la seño, (hay joven que manera de bailar tienen en tierra caliente, debería conocer me dijo con una risita eléctrica mientras se ponía los lentes de sol antes de irse por unos días junto a dos amigas hacia el puerto de Veracruz) compartir unos tamalitos verdes con Carlos a modo de bienvenida, él  ya vivía allí. Su amistad generosa y la complicidad para el humor me hacían más llevadero el trago. Luego desandar camino en el metro  hasta el  zócalo donde trabajaba.

Subiendo la escalera se detuvo justo debajo de un travesaño de madera que estaba  sobre el recodo, a él por su altura le obligó a torcer el cuello, no en mi caso.Esa detención que hubiera supuesto mínima, no lo sería. Quedó inmóvil observando ese espacio  y después de unos  instantes  que me parecieron la abolición
del tiempo, empezó a relatarme con palabras entrecortadas que ahí mismo su abuelo lo lanzaba hacia arriba y jugaban a que tocara con sus manitas de chavito de cuatro a cinco años el travesaño de madera, a veces me daba un golpe y lloraba un poco; dijo.
Ahora mismo tenía los ojos como el cielo de última hora, rojizos a punto de soltar lágrima, le alcancé un pañuelo de papel y un vaso con agua para mitigar el ahogo y el aluvión de recuerdos que este perfecto desconocido me arrojaba escalera abajo.
Me iba, dejaba una vida posible, se acortaban las distancias hacia lo que vendría, hubiera pagado por un abrazo y una palabra, no tres, ni dos, un abrazo como el que le daba sin poder rodear del todo el ancho de su espalda, casi en puntas de pié.
Entendí a miles de kilómetros de esa mañana,  que dentro de aquel cuerpo enorme casi desfondado, latía mudo y desierto el hueco dejado por el chavito sin abuelo, ni chichones en la frente. Otra vez la voz ajena, tranquilo; dije.

Llegaron  los taxis, el tránsito del periférico marchaba fluido, solo recuerdo algunos gestos del chofer, vagamente el estampado de su camisa, pero ignoro si hablamos y de qué. Durante el resto del día se vieron con nitidez inusual los bordes de la ciudad, incluso el Ajusco.

R.C 2013